Esto
de tener hijos te cambia la vida, pero no tanto por el hecho de no poder salir
por las noches o no poder viajar, sino porque los niños te replantean toda tu
escala de valores, tus hábitos y tus costumbres.
Ya
sabemos que a cierta edad empiezan con el típico “¿por qué, y por qué, y por
qué?” pero cuando se hacen un poco mayores y empiezan a preguntarte “¿para
qué?”, ese para qué es mortal.
Añadido
a esto, en mi caso particular, he tenido la suerte de crear a un ser
completamente diferente a mi. Es una personita muy, pero que muy kinestésica,
por lo que ve la vida con otro prisma, completamente distinto al mío. Esto hace
que no solo me pregunte para qué hago esto o para qué hago lo otro, si no que
su manera de hacer las cosas me desconcierta a pesar de que podamos llegar al
mismo resultado.
Así
que, desde hace unos meses, bueno, desde que la cantidad de deberes que le
mandan hace más difícil nuestra relación, me estoy planteando:
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Por qué tengo
que “obligarla” a hacer las cosas como a mi me enseñaron, que es: sentada,
recta y concentrada, sin levantarse de la silla hasta que haya terminado la
tarea;
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Y para qué le
sirve hacer las cosas de esa manera, si lo único que nos genera es conflicto y al
final no termina los ejercicios.
Solicité
ayuda a sus profesoras a ver si ellas me podían orientar sobre cómo afrontar
los deberes de otro modo, pero no encontré más solución que la que me
inculcaron a mi: “la niña tiene que aprender a ser responsable, dejar de jugar
y centrarse en la tarea”. Pero no me convencieron, así que lo comenté con mi
familia y me sorprendieron sus respuestas:
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Uno me dijo: “yo
no he realizado ningún trabajo, ni aun siendo de responsabilidad, que no me lo
tomara como un juego”;
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Otra me dijo:
“Como dice Mary Poppins: todo trabajo tiene algo divertido, y si encuentras ese
algo se convierte en un juego”.
Empecé
a aplicar esto y funciona increíblemente bien. La relación con mi hija ha
mejorado mucho y además nos lo pasamos bien. Ha sido tanto el cambio que cuando
voy a buscarla al colegio sale diciendo “Tengo deberes, ¡bien!”.
Mi
aprendizaje de todo esto, y que es lo que quiero compartir con vosotros, es
que: en la sociedad actual nos han convencido de que el bienestar o la
felicidad consiste en tener, sin embargo, lo que a mi me ha enseñado mi hija es
que el bienestar y la felicidad consiste en divertirse.
Si
todos aprendiésemos a jugar con las circunstancias que estamos viviendo, todo
nos resultaría más divertido, liviano y el resultado final podría ser incluso
mejor.