Dice John Kennet Galbraith que
uno de los fraudes inocentes de nuestro sistema económico es utilizar la misma
palabra para designar a aquella actividad que se realiza en las empresas que es
dura, desagradable, monótona, a veces en entornos poco sanos y siempre mal
retribuida, que a la que se realiza con gusto, propicia la creatividad, fomenta
la iniciativa, se lleva a cabo en despachos agradables y está bien retribuida.
No puede llamarse “trabajo” a dos actividades que son diferentes.
También nos dice que predecir el
futuro es absolutamente imposible, sin embargo las empresas pagan bien a
quienes ejecutan esta actividad y, cuando se equivocan, despiden a los que no
han tenido nada que ver con las decisiones tomadas.
Totalmente de acuerdo en que la
cosa funciona así.
Y hablando de cómo funciona la
cosa comentaré una conversación que oí el otro día por la calle. Una persona le
iba diciendo a otra: “Aquí las cosas funcionan así; tu te adjudicas un
contrato, pero tú no lo haces, buscas a una empresa que lo haga y le pasas el contrato
quedándote con una comisión. Ésta hace lo mismo y así se va pasando el contrato
hasta que se encuentra a un pringao que lo hace”.
De forma que trabajar, trabajar
sólo es cosa de “pringaos”.
Qué razón tenía Galbraith (una vez más) cuando se fijaba en la confusión de términos tan propia de nuestros tiempos. "Trabajo" viene del latín "tripalium", tres maderos a los que se ataba a los esclavos para castigarlos. El trabajo implica pues sometimiento, esfuerzo y desagrado. Hay muchos otros términos distintos de "trabajo" para designar con exactitud actividades que por su carácter lúdico, creativo, especulativo o incluso ilegal nunca hay que confundir con el "trabajo". Utilizar el lenguaje adecuadamente permitirá que todos entendamos mucho mejor la realidad que nos rodea.
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