Manejar estos aspectos con soltura no es sencillo y conozco a más de una persona para quienes hacerse el simpático es decirles a los demás “hay que ver que chaqueta más horrorosa te has puesto hoy”, “¿dónde vas con ese careto?”, o “los calvos, es mejor que no salgáis a la calle”
Un ejemplo de esto lo podemos ver en Gran Torino, la deliciosa película de Clint Eastwood, donde un veterano de la guerra de Corea ha prohijado a un joven vecino vietnamita a quien quiere educar e introducir en la cultura americana: lo lleva a la peluquería de un amigo con quien se saluda intercambiando insultos, tras lo cual invita al vietnamita a que vuelva a entrar en la peluquería y se comporte “como un hombre”. Éste entra, insulta al peluquero e inmediatamente es apuntado con una escopeta; le explican que no puede insultar a la gente si no se tiene mucha amistad con ella y que lo correcto es hablar mal de alguien que no esté presente (http://youtu.be/MyZh8qjXofw).
Buscar temas en los que se coincida en el desacuerdo para hablar mal de otros es una forma de encontrar similitud y compartir opiniones parecidas con otras personas a fin de caer bien o influir de alguna manera.
¿Pero es necesario hablar mal de otros? ¿No se puede conseguir el mismo efecto con un lenguaje positivo y con elogios hacia nuestro interlocutor?
También aquí hay un umbral difícil de establecer: los elogios son agradables cuando se reciben, pero si son excesivos o exagerados pueden percibirse como peloteo o como fase previa a una petición.
¿A ti que te parece? Déjanos tus opiniones o tus experiencias y danos pie para la reflexión y el debate.