martes, 2 de abril de 2013

Delincuentes por convicción.

 Antonio estaba trabajando en la oficina cuando el sonido del móvil le sobresaltó. Era el director del colegio donde estudiaba uno de sus hijos. Le dijeron que habían visto a su hijo robando un bolígrafo a un compañero, y que fuera a recogerlo porque lo habían expulsado del colegio durante una semana.

Cuando Antonio llegó y fue a buscar a su hijo, le echó una buena regañina y le dijo:
“Pero Pedro, para qué necesitas robar un bolígrafo. Ya sabes que yo puedo traerte todos los que necesites de la oficina”
Así comienza un artículo mi buen amigo Enrique Campomanes, en una serie, que bajo el título de Ética Difusa, se publica en Observatorio de Recursos Humanos y que traigo al blog porque su lectura me ha provocado una estúpida sonrisa, al verme perfectamente identificado con Antonio y deseo encontrar cómo justificarme, si es que eso es posible.

Algunas anécdotas:
Hace unos años asistí a una conferencia sobre accidentes laborales donde el ponente aseguraba que la mayoría de los accidentes laborales se producen “in itinere” y que el porcentaje más alto de éstos era provocado por accidentes de tráfico y que muchos de éstos obedecían a que un automóvil se había saltado un semáforo, es decir, estaba provocado por un delincuente. (Hasta entonces no había pensado que quien se saltase un semáforo en rojo fuese un delincuente).
En una reciente charla con amigos hablábamos de “delincuencia por convicción”. El ejemplo más claro es el de aquel que tiene un coche deportivo de altas prestaciones y que piensa que una limitación de velocidad en una carretera no puede significar lo mismo para él que para un camión, así que no lo respeta, convencido de que se está comportando correctamente.
La siguiente anécdota es algo que he visto por televisión: El propietario de un taller en un pueblo decía que para pasar la crisis había simulado el despido de sus dos trabajadores, para que éstos cobrasen el paro y él pudiese seguir contando con ellos por un salario marginal (que además no contabilizaba). Se ufanaba de su agudeza y afirmaba que así todos estaban contentos, los trabajadores, porque de esta manera mantenían sus empleos y sus ingresos y él porque pagaba menos. Ante el asombro del locutor que le advertía de que si llegaba un inspector podía tener una multa importante, él respondía “¿quien va a venir aquí? y si viene alguien, ellos ya saben lo que tienen que decir.

Podemos seguir poniendo ejemplos de lo que Enrique Campomanes llama Ética Difusa, o directamente delincuencia, pero no parece que eso nos afecte mucho porque lo tenemos culturalmente aceptado.

No ocurre lo mismo en todos los lugares: Me comentaba un urbanista que había estado en un congreso en Ginebra, que la ciudad vivía un debate muy acalorado porque se pretendía limitar la velocidad a 20 km hora. Siendo español, mi urbanista no entendía muy bien por qué se discutía de aquella manera (¡qué más da que la velocidad sea 20 o 40 km hora!); hasta que se dio cuenta que se discutía aquella nueva norma ya que el resultado había que cumplirlo.
Otro caso: Mi amigo llevaba tres años viviendo en Helsinky. Trabajaba en una empresa de la que cobraba un sueldo que declaraba religiosamente y sobre el que pagaba los impuestos correspondientes. Aquel año hizo unas traducciones que le reportaron unos ingresos extra, pero que no declaró pues la cantidad era pequeña. A los pocos meses de cerrarse el periodo de declaración, recibió la llamada de un inspector llamándole estafador porque había defraudado 11 euros al fisco.

¿La delincuencia por convicción es una característica típicamente española?

Aprovecho este último interrogante para reconducir el post hacia el objetivo de este blog, que es el desarrollo personal y profesional, y llevar la reflexión hacia el compromiso y el liderazgo, pues ambos conceptos están basados en la confianza. Para generar confianza es necesario respetar las normas, hacer lo que decimos que se debe hacer, ser congruentes. Hasta la mafia tiene sus normas y sus pautas de comportamiento y los mafiosos más respetados son los que respetan su código, actúan conforme a lo que dicen que hay que hacer y son consecuentes con sus actos, pese a que sean grandes delincuentes por convicción.

¿Podríamos ser congruentes sin necesidad de ser delincuentes?

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