miércoles, 2 de octubre de 2013

Sobre la capacidad de discernir


Hannah Arendt fue una filósofa alemana, de origen judío, alumna y amante de Heidegger, que se exiló en Francia para huir del acoso nazi y que, cuando éstos ocuparon el país Galo, pudo obtener un salvoconducto para viajar a Estados Unidos, donde ejerció como periodista, como catedrática en varias universidades y donde obtuvo la nacionalidad americana.

El año pasado se estrenó una película en la que se narra un pasaje de la vida de esta mujer. Los servicios de espionaje judíos detuvieron en Argentina a un dirigente de las SS, Adolph Eichmann, encargado del traslado de los prisioneros a campos de concentración (que posteriormente la dialéctica de los vencedores les dio el nombre de “campos de exterminio”). Sería juzgado en Jerusalén y ella escribió al The New Yorker postulándose como corresponsal para cubrir la noticia, justificando su interés en su propia experiencia y en su deseo de conocer de primera mano lo acontecido durante aquellos años oscuros.

Eichmann, estaba previamente condenado por toda la sociedad internacional y, especialmente, por la judía por haber enviado a miles de compatriotas a las cámaras de gas. Sin embargo, lo que Arendt pudo ver en el juicio fue a un mediocre funcionario que cumplía órdenes dentro de un aparato burocrático y que no era culpable del genocidio del que se le acusaba. Su punto de vista  le generó todo tipo de enemistades, fue declarada persona non grata por las autoridades judías, sufrió amenazas e insultos en Estados Unidos y estuvo a punto de ser despedida de su trabajo, y si no lo fue se debió a su altura intelectual que le permitió mantener y justificar su punto de vista con argumentos firmes y bien fundados.

Lo que Hannah Arendt defendía era que se juzgaba a Eichmann por genocidio y que él no era culpable de eso. Este nazi tan sólo era una pieza dentro de una maquinaria burocrática en la cual él no tenía ninguna capacidad para tomar otras decisiones diferentes a las que tomó. ¿Quién era culpable?, le preguntaban y ella respondía que los que tenían capacidad para pensar (para discernir) y que ese señor no la tenía.

A raíz de aquel episodio escribió sobre la “banalización del mal”

Toda esta historia viene al caso para preguntarnos en qué medida somos capaces de tomar nuestras propias decisiones y orientar nuestras vidas por el sendero que deseamos que vayan; en qué medida los condicionantes económicos, familiares, el ejemplo de los demás, los valores (o sin valores) de nuestra sociedad nos convierte en un mero ejecutor de conductas previsibles y establecidas para comportarnos como se espera que lo hagamos, limitando nuestra capacidad de actuar libremente.

Mediante el coaching ayudamos al cochee a que tome sus propias decisiones y que enfoque su vida por el sendero que desea ¿pero realmente tenemos capacidad para decidir cuál es el sendero que deseamos? ¿tenemos capacidad de discernir?

1 comentario:

  1. A veces elegimos, otras veces también. Cuestión distinta es si las elecciones que adoptamos pueden ser objetivamente positivas para nosotros, o mejor para nuestro futuro. El autor ya lo dice, elegimos en función de circunstancias, pero nuestra decisión viene en función del placer o dolor que en ese momento deseamos o toleramos. Y ello incluye, por supuesto, el altruismo que no es más que una no opción para aquellos que moralmente están sujetos a la columna del deber o del amor al prójimo.

    ResponderEliminar

Para publicar tu comentario deberás introducir una clave copiando una serie de letras y números que aparecerán en la pantalla, copia los números y las letras en el mismo orden en el que aparecen, dejando un espacio entre ellos.