lunes, 9 de diciembre de 2013

LO SIMPLE Y LO SUPERFICIAL.


Hace poco tiempo estuve en una conferencia done el conferenciante afirmaba que una de las bases de la eficacia es la simplicidad: hacer las cosas simples hace que los resultados sean mejores, se consigan de forma más rápida y sea más barato. Sin embargo hacer que las cosas sean simples no es sencillo y alegaba varios motivos, entre ellos:
-       Que la naturaleza tiende a la complejidad; los árboles crecen y les salen ramas, cuando es necesario que den mejores resultados hay que podarlos; una arboleda sin limpiar se convierte en jungla infranqueable. Acumulamos cosas, que quedan obsoletas y cada vez se hace más difícil encontrar aquello que deseamos, perdido en estanterías atiborradas o en almacenes inaccesibles.
-         Lo simple está mal visto. Llamarle a uno “un simple” es un insulto. Cuando un conferenciante da una charla sencilla y comprensible para todos se le tilda de simple y no se da valor a sus palabras, mientras que se halaga a quien utiliza argumentos, datos y contenidos complicados de difícil comprensión, admirando lo farragoso.
Hacer las cosas simples supone un acto de voluntad y un ejercicio profundo de reflexión, pues va contra la naturaleza de las cosas y contra  la percepción social.

Otra cosa bien diferente es la superficialidad. Ser superficial es quedarse en lo evidente, dar por bueno aquello que se ve sin profundizar en su esencia. Vivir, trabajar, opinar con frases hechas y lugares comunes sin crearse una visión propia y reflexionada de aquello que deseamos entender.
Posiblemente esa es la cuestión ¿realmente queremos entender algo? Tenemos una voluntad que nos guía hacia el esfuerzo mínimo.
Decir de una persona que es “superficial” no es ningún piropo pero es mucho más suave que decir que es “simple” y es que la simpleza requiere esfuerzo, hasta para entenderla.

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